Conversamos con el cantautor Ernesto Díaz, a
propósito de la publicación de “Cualquier uno”, su disco debut.
“Por
eso se la llamó Babel; porque allí embrolló el Señor el lenguaje de todo el
mundo, y desde allí los desperdigó el Señor por toda la haz de la tierra”.
Génesis, 11:9
Nació hace 40 años en Artigas. Creció entre la música de los quilombos y las
canciones de los cantores de pueblo, pero no terminó de forjar su personalidad
artística hasta décadas después, cuando, ya en Montevideo, se dio cuenta de que
no era Ruben Rada, como quería al principio, sino él mismo.
Ernesto Díaz publicó el año pasado Cualquier
uno (Ayuí, 2014), su álbum debut. El disco contó con la colaboración
de varios colegas (Leo Maslíah, Jorge Galemire, Ney Perazza, Francisco Rey y
Carlos Giráldez, entre otros), y en él reúne un manojo de canciones
fronterizas, con aroma a pirón y caña. En Cualquier uno, Ernesto
Díaz se vale del portuñol con naturalidad y sin artificios para construir
canciones de extraña belleza, y eso, bien se sabe, no es para cualquiera.
*
Para los montevideanos, Artigas es percibido
casi como otro país...
Es cierto... Para un uruguayo, que tiene la
uruguayez, dice que soy brasilero, pero para un brasilero de la frontera no soy
brasilero ni ahí. Para los que son de más arriba sí, me dicen que parezco
bahiano. Es cosa de la proximidad de la frontera. Es como cuando ves a dos
hermanos, los ves separados y decís “Son igualitos”, y cuando los ves juntos
nada que ver. Para un fronterizo del lado de Brasil soy rediferente, pero para
un brasilero de repente parezco un gaúcho.
¿Y cómo fue tu acercamiento a la música en
esa especie de zona mixta de la frontera?
Allá había mucho músico que tocaba en la
casa, que en campaña tocaba música para bailar, o en los quilombos, y después
del baile se ponían a acompañar gente, tocando clásicos del tango, del bolero,
del samba canción, algún candombe con un toque fronterizo. En mi barrio siempre
se hacían las fiestas con música en vivo y gente bailando. Yo soy del barrio de
la Cuchilla, el barrio Zorrilla. Allá, en la dictadura, el querido gordo Atilio
tocaba todo un repertorio para bailar, y yo me crié con eso. En las guitarreadas
estaba el Pocho López con el Chumbo Suárez. Fue el primer tipo que vi tocar la
guitarra, y hacía una cosa más folklorística, de cantopopu. Te hablo de fines
de los 70, principios de los 80, me acuerdo. Yo era bien gurí. Ellos tocaban
ahí, y no eran los mismos que los que lo hacían de noche, para bailar. Yo ya
sabía la división esa entre la música para bailar y la otra.
Y estaba muy lejos del rock and roll. Lo más
rockero que escuchaba era alguna cosa de Beatles, que me gustaba, y por la
radio alguna cosa de rebote. Me acuerdo cuando escuché Los Tontos, y me gustó
mucho. Ellos iban a ir a Artigas, y había una propaganda en la que pasaban la
canción del puré [“Himno de los conductores imprudentes”], y alguna cosa del
rock brasilero, que no me interesaba tanto. Tengo un primo que era más rockero
y sabía más de rock, pero el rock, así como movimiento, en mi barrio no estuvo
nunca. La cumbia allá es una tradición muy grande. Yo vivía enfrente de la casa
del Mario Silva, jugaba al fútbol con el hijo de él. No lo seguía en la música,
pero éramos amigos del barrio. Y músicos que tocaban en campaña, como una
música más antigua, como una cumbia de charanga pero más de campaña, mezclada
con sonoridades y rítmicas que tiene más que ver con el campo, cosas más abaionadas.
Y por supuesto gente como Alan Gómez, Juan José de Mello, Daniel Montero,
Daniel Brazeiro...
Cuando llegaste a Montevideo eras un
marciano...
Sí, sí. Allá yo trataba de conseguir lo que
había. Para escuchar a [Eduardo] Mateo y a Leo Maslíah tenía que ir a Salto a
comprar los discos, porque había leído algo y me parecía que podía estar
interesante. Me acuerdo que junté una guita y me fui al Palacio de la Música de
Salto, y compré I ique roc de Leo Maslíah, que era lo único
que había en pasta, y La mosca, de Mateo, en casete. Durante dos
años fue lo único que escuché de Mateo. Para mí, él era eso. Cuando llego acá y
escuchoMateo solo bien se lame, lo encontré rarísimo. Yo escuchaba a
Mateo todos los días: lo ponía para cortar el pasto, para lavar la camioneta de
mi padre.
Yo ahí no tocaba la guitarra. Quería hacer
algo, pero no sabía qué. Tenía ideas de canciones, pero nada más. Después, con
Rubén Olivera, ya en Montevideo, empecé a estudiar guitarra, y apenas agarré el
instrumento quise hacer canciones.
¿Viniste a estudiar música?
No, vine a estudiar Letras, a hacer la
Facultad de Humanidades. Llegué hasta el final, me faltaron algunos trabajos,
nada más. Después me puse a estudiar cosas que tienen que ver con la literatura
oral y lingüística, a hacer trabajos de campo sobre eso, y ahí asumí el hecho
de la lengua de la frontera, y me gustó mucho. Trabajé con Luis Behares, un
tipo maravilloso. Hicimos un par de libros sobre eso, uno en 1997 y otro en
2004.
Y paralelamente estudiabas guitarra...
Enseguida que llegué me puse a estudiar
percusión, pero tenía una forma tan rara de tocar que el profesor me dijo que
no fuera más, que no me podía enseñar nada. Y me pasé a la guitarra, en el
TUMP. Yo conocía a Rubén [Olivera], que había ido a Artigas, y me invitó a que
pasara por el Taller cuando llegara a Montevideo. Él me consiguió un cuarto de
beca para estudiar percusión, y el profe me echó, me dijo que estaba tirando la
plata. Además, yo me quería comprar unas congas, que eran carísimas, y mi padre
me dijo que no podía pagar eso. La guitarra, en cambio, estaba mucho más a
mano.
Y bueno, después fíjate que todos mis
compañeros tocaban canciones, y yo, antes de tocar una canción equis, de
cualquiera, ya estaba tocando una canción mía. Agarré por otro lado. Parece pretencioso,
pero no era por eso. Me salió para ese lado, agarré para ahí. Y Rubén enseguida
me incentivó. Tenía 19 años, y estudié tres años con él, hasta que me dijo
“Seguí solo”. Después no hice más guitarra. Estudié otras cosas: historia de la
música erudita, con Guilherme [de Alencar Pinto], estuve en un taller de
ensamble con Juan Schellemberg...
Cuando viniste tocabas percusión, entonces...
Sí, el que me enseñó percusión fue Waldemar
Carrasco, un montevideano que se fue a tocar a Artigas con Juan José de Mello y
se enamoró de allá. En esa época yo era fanático de Rada. Lo vi a él, liderando
una banda sentado, tocando congas, y era eso lo que yo quería hacer. Yo tenía
una remera que me había hecho y que decía “Rada”. Todos mis amigos andaban con
Guns N' Roses y yo con Rada. En ese momento estaba como de menos, como en baja
ese tipo de música, y él estaba volviendo. Fue a tocar a Artigas y la gente no
respondió, no fue. Lo metieron en un baile de cumbia, con Kristal, Mogambo, y
en el medio un desfile de moda, con un sonido espantoso en un gimnasio. Los que
lo fuimos a verlo a él éramos poquitos. Rada estaba con su propuesta ochentosa
que era increíble, con una banda que era una aplanadora. Ahí entendí que las
voces que yo escuchaba en las grabaciones eran todas de él. Yo decía “Qué voces
tienen todos esos tipos”, y eran de él mismo.
Hablando se entiende la gente
¿Y cuándo empezaste a tocar?
Uh, ya hace como 20 años. Yo andaba en la
vuelta del boliche Utopías, en Rivera y Melitón González. Lo tenía en ese
momento Arturo Dubra, con quien nos hicimos muy amigos aunque después nos
distanciamos, y con Jorge Vicente. Yo quedé ayudando a Jorge. Hacía changas: el
sonido, la plancha, las mesas... Ahí iba todo el mundo a tocar: vi a [Eduardo]
Darnauchans, Gustavo Nocetti y al Cono Castro, que tocaba con él, Leo
Maslíah... y yo empecé a tocar en otro lugar que era de Carlitos Correa, que se
llamaba Picasso, en Charrúa y Obligado. Él me vio tocando en el Reenganche
[otro bar con música en vivo] y me invitó a su boliche. Y Jorge se enteró que
yo estaba tocando en otro lado y me retó: “¿Por qué no tocás acá en el
boliche?”. Bueno, toco también. Eso fue en el 94. Un día estaba de portero,
otro día estaba en la barra, otro día tocaba y otro ayudaba con el sonido. Me
hacía un sueldito. Ahí tocaba lo poco que había hecho y las pocas canciones que
había sacado. Y había un público al que le gustaba lo que yo hacía.
¿Las canciones ya venían por el lado del rescate
de la lengua de la frontera?
Sí, pero yo no tenía conciencia de eso. Usaba
el portuñol, sí, de una manera inconsciente. Recién en el 97 agarré conciencia
de esta estética.
Que es una estética considerada inculta o
terraja...
Nos enseñaron que era terraja. Incluso hay
dos maneras de decir el portuñol. Están quienes lo dicen con orgullo y quienes
lo hacen despectivamente. El que me reivindicó la palabra portuñol como propia
fue Fabián Severo, un poeta de una generación menor que yo, y lo utiliza con
amor. A nosotros nos enseñaron que el portuñol estaba mal. Incluso los
lingüistas lo llaman dialectos portugueses del Uruguay, o portugués del
Uruguay, que es el nombre oficial. Portuñol era un sinónimo de rompeidioma.
Luis Behares, el lingüista, siempre rechazó el portuñol, pero cuando rechazó el
primer libro de Severo, cuyo título era Noite un norte, Poemas en
portuñol, él, que siempre había rechazado el portuñol como apelativo, dice
que Severo es dueño de su identidad y tiene el derecho de llamar a su lengua de
la manera que él quiera. Eso habla muy bien de Luis, porque es una autoridad
como lingüista, y le da la autoridad al hablante de llamar a su lengua como
quiera. Yo no le digo portuñol, me gusta decirle misturado, como le dice el
Chito de Mello, que de repente no le interesa tanto a los lingüistas. Al gurí
que habla en la frontera no le importa lo que está hablando.
En toda esa región fronteriza, cuando se
delimitaron los límites de los países, en lo que le tocó a Uruguay quedó eso de
que acá se hablaba español y te obligaban a hablar en español. Pero subsistió
igual, a pesar de todo eso. Somos bilingües, hay que asumirlo. Como Serrat, que
canta en catalán y en español, y cuando hace un disco solo en un idioma hay
gente que queda contenta y gente que no. Y yo soy bilingüe. Hay cosas que me
salen en español y cosas que no.
Y a la hora de componer las canciones, ¿hay
una actitud política de escribir en mistura o sale solo?
Pasan las dos cosas. Si yo te voy a hablar de
sociología, no me sale hablar en portuñol, en general. Ahí me pongo en una
categoría de lengua más académica. Por ahí, de mecánica sí te hablo en
portuñol, porque siempre vi a los mecánicos explicar en portuñol. Es un tema de
uso, de disglosia, de usar una glosa u otra según la jerarquía que tenga.
Depende del contexto. Si voy a la canchita de fútbol no voy a decir “Pasámela,
tarambana”, automáticamente voy a hablar en portuñol. Cuando hago las canciones
me pasa eso. De qué voy a hablar, qué voy a decir. El portuñol es más de
desnudarse. Hay gente que no le gusta porque es su lengua de entrecasa. Y tiene
razón. Respeto eso, que sea una lengua afectiva, de su intimidad. También es
una forma de conservar la lengua. Me arrepentí muchas veces de instigar a
hablar en portuñol.
¿Creés que hay gente que usa el portuñol de
entrecasa y le molesta que se use afuera?
Sí. Hay gente que no le gusta. O que se
siente expuesta y niega. El Estado le enseñó que eso era caca. Y gente que
confunde identidad con lengua oficial.
¿Tu música también es misturada?
Sí, aunque al principio no me daba cuenta.
Tiene lo que escuché de chico, lo que escuchaban mis padres. Yo elegí a partir
de lo que escuchaban mis padres, o la gente que conocía de niño. Mi padre se
levanta una hora antes de lo que debe, como quien sale a caminar, a escuchar un
disco entero. Todos los días. Y yo, entre sueños, de repente un día tenía a
Yupanqui, otro a Beethoven, Les Luthiers, los Beatles o Zitarrosa.
¿Cuándo decidiste a grabar un disco?
Me decidieron. Ya en el 98, Carlitos Giráldez
[integrante de Asamblea Ordinaria] me dijo “Vamos a grabar”. Y empezamos. Y
grababa y borraba. Algunas cosas se salvaron, pero no le daba bola. “No quiero
saber nada”, decía. “Voy a tocar”. Después sí, empecé a pedirle plata al Fonam,
y no me dieron...
¿Por qué se demoró tanto entonces el
disco...?
El motor del disco fue Fernando Ulivi, que
fue quien me dijo: “Te voy a grabar un disco, pero con una condición: lo
hacemos en mi casa, yo soy el técnico y vos no tocás el material”. ¡Porque me
conoce! Y Guilherme se sumó a producir un par de temas y terminó produciendo
todo. Arrancamos en 2008, despacio, y lo terminamos en 2013.
Las canciones grabadas en 2008, ¿son
representativas del Ernesto Díaz de hoy?
Soy medio atemporal con el tema de las
canciones. Después de que hice un tema y estoy conforme, nunca más lo voy a
tocar, a hacerle arreglos, nada. Además soy perezoso para eso. No soy
arreglador, ni sacador de canciones, ni nada de eso.
Pero hacés canciones para otros...
He hecho. Alessandro Podestá, por ejemplo, me
pidió un tema, y yo le hice uno a propósito de su estética. Mi lectura de su
estética me llevó a componer esa canción. Y es una canción que no entra en mi
repertorio. Me gustó mucho hacerla, me encantó cómo le quedó el arreglo, cómo
lo cantó. Si lo hiciera yo, no tendría nada que ver. No lo sé ni tocar. Me
gusta eso de hacer canciones para gente que nunca se entera que le hice la
canción. Gente famosa o gente que conozco.
¿Las componés para que las toquen otros?
A veces sí, pero en general las guardo para
mí. Es como un incentivo. Hay gente que dice “Voy a hacer una canción para la
primavera”. Yo no digo eso, yo digo “Voy a hacer una canción para que la toque
Kiss” [Kiss estaba en la portada de una revista que había en el lugar en que se
realizó la entrevista]. Me pongo en ese desafío, y lo que sale de repente no
tiene nada que ver, pero de repente está bueno.
Muchas de las canciones de Cualquier
uno están dedicadas...
Sí, siempre son para alguien. Siempre. No he
hecho nunca una canción que no sea para alguien. Siempre son para alguien,
aunque no lo digan. Lo puede insinuar el texto, o no. Y hay gente que se enteró
ahora, con el disco, de que la canción era para ella. Y otra gente me la
reclamó... “¿Y la mía?”. No hay una canción para mi padre, por ejemplo. La
tengo, pero no la grabé. Tal vez vaya en un próximo disco.
¿Ya estás pensando en un disco nuevo?
Ya tengo el otro disco en la cabeza. Siempre
tuve discos en la cabeza. Puedo tardar en componer, pero nunca compongo de a
una canción. Nunca. Las canciones siempre salen dialogando entre sí. Necesito
hacer varias. Y fuerzo el momento compositivo. Me gusta. Es como cuando tenés
que bañarte y no tenés ganas, y después no querés salir del agua. Si no tengo
muchas ganas me pongo a repasar alguna cosa de letras, o a romper las bolas con
cualquier cosa. Algo tengo que hacer. Con guitarra, sin guitarra, como sea.
¿Cómo va a ser ese disco?
No tiene nada que ver con este. Todo lo que
este disco tiene de pop no creo que el otro lo tenga. Capaz que tiene otras
cosas, pero va a ser distinto el que tengo en la cabeza ahora. Capaz que cuando
lo vaya a hacer es otro. Capaz que es el disco que iba a hacer cuando hice
este, donde yo pensaba hacer todo. Pero eso no lo sabré hasta que empiece.
Buenísimo "Nene". Felicitaciones, esperamos el próximo disco!!
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